La necesidad de ampliar la actividad física para mantener las capacidades
funcionales en un estado adecuado se pone de manifiesto en los ejemplos
siguientes:
* Inglaterra: Estudio sobre aptitud de Allied Dunbar
* Finlandia: trabajadores de mediana edad.
La Salud ósea, prevención de la osteoporosis y fracturas relacionadas.
En el informe "Physical Activity and Health", se
afirma lo siguiente:
"La actividad física regular es necesaria para mantener
una fuerza muscular normal y la estructura y la función de las articulaciones.
Efectuada con la intensidad recomendada para la mejora de la salud, este tipo de
actividad no se asocia a la lesión de las articulaciones ni al desarrollo de
artrosis, y puede resultar beneficiosa para muchas personas que padecen artritis".
La actividad física de competición puede asociarse al
desarrollo de artrosis en una etapa posterior de la vida, aunque la causa
probable de este trastorno es el padecimiento de lesiones relacionadas con la práctica
deportiva.
Se dispone de datos esperanzadores que indican que los
ejercicios de fortalecimiento y otras formas de entrenamiento en adultos de edad
avanzada contribuyen a conservar la capacidad para mantener una vida
independiente y reducir el riesgo de caídas.
Recientes estudios experimentales y de intervención han
aportado nuevos datos que demuestran los beneficios de la actividad física en
la prevención de la osteoporosis y las fracturas relacionadas con esta
enfermedad, basados en el aumento o el mantenimiento de la masa ósea y de la
solidez de los huesos (Heinonen y cols. 1996, Kohrt y cols. 1995, Welsh y
Rutherford 1996) y en la disminución del riesgo de caídas (Lord y cols. 1996,
Grisso y cols. 1997). La actividad física es uno de los factores esenciales en
los intentos de conservar una estructura ósea de una solidez suficiente hasta
una edad avanzada. Se ha puesto de relieve que los huesos son especialmente
sensibles a los beneficios generados por la actividad física justo antes y
durante la pubertad (Kannus y cols. 1995, Haapasalo y cols. 1996,
Morris y cols. 1997).
La necesidad de prevenir la osteoporosis y las fracturas
relacionadas con esta enfermedad es evidente si se considera la expansión del número
de personas de edad avanzada y la cantidad y el aumento de las fracturas
registradas.
Estudios recientes apoyan la recomendación relativa a la
inclusión del ejercicio como parte del tratamiento indicado para la artrosis
(Ettinger y cols. 1997).
Una función articular deficiente y dolorosa es un trastorno
común que reduce la capacidad funcional y la calidad de vida de las personas de
mediana edad y de edad avanzada.
Es probable que parte de la carga sintomática pueda
atenuarse mediante la práctica de ejercicios regulares y de un estilo de vida
activo. Así lo indica el hecho de que el sobrepeso constituya un importante
factor de riesgo en la aparición de síntomas de enfermedad y la degeneración
de las articulaciones y de que la actividad física regular contribuya a la
prevención del aumento de peso.
En el mencionado informe no se opina sobre el papel desempeñado
por la actividad física en la prevención primaria y secundaria del dolor
lumbar, cuello y hombros.
Los datos científicos actuales indican que los ejercicios
que fortalecen los músculos de la parte inferior del tronco y mejoran la
capacidad aeróbica tienen un ligero efecto preventivo sobre el dolor lumbar mecánico
(Lahad y cols. 1994, Vuori 1995). No obstante, no existe un acuerdo generalizado
acerca de los objetivos específicos ni del contenido de los programas de
ejercicio para la prevención primaria o secundaria de tales molestias (Deyo
1991). Puesto que los episodios de dolor lumbar son muy habituales entre la
población, resulta esencial determinar el papel de la actividad física en la
prevención de este tipo de síntomas.
La mayoría de los casos de dolor de cuello y hombros se
deben a la tensión de los músculos cervicales. La experiencia empírica
fundamenta la idea de que un aumento de la fuerza y la resistencia muscular y
una mejora de la relajación de los músculos contribuyen a la prevención y el
tratamiento de estos trastornos. Los resultados de las escasas evaluaciones
científicamente válidas de la eficacia de los programas de ejercicios
dirigidos al tratamiento de estos síntomas han sido favorables en parte (Jordan
y Mehlsen 1993, Levoska y Keinanen-Kiukaanniemi 1993, Berg y cols. 1994), pero
los ejercicios de baja intensidad no han resultado eficaces (Takala y cols.
1994). Dada la frecuencia y el aumento de este tipo de dolores, el valor de la
actividad física en su prevención y su tratamiento debe ser objeto de estudios
exhaustivos.
Con respecto al sobrepeso y la obesidad se establece que:
Un nivel de actividad bajo, que da lugar a la utilización de
un número de kilocalorías inferior al consumido, contribuye a la elevada
prevalencia de la obesidad en Estados Unidos.
La actividad física puede afectar favorablemente a la
distribución de la grasa corporal.
El papel de la actividad física en la prevención del
sobrepeso y la obesidad y en la recuperación de peso tras su reducción es
esencial.
El sobrepeso es muy frecuente y aumenta en las poblaciones
del mundo.
El sobrepeso es un factor de riesgo muy importante y causa de
muchas enfermedades comunes como la cardiopatía coronaria, el accidente cerebro
vascular, la diabetes, la artrosis, el dolor lumbar y algunos cánceres, además
de numerosos problemas psicológicos y sociales (Lissner 1997).
Los estudios demuestran de manera convincente que, sin una
actividad física regular, el control del peso suele resultar imposible de
lograr (Byerss 1995). En una población finlandesa, el riesgo de ganancias de
peso clínicamente significativas en el transcurso de diez años en el grupo de
personas sedentarias era de 2 a 2,5 veces superior al de los sujetos que
realizaban una actividad física regular (Haapanen y cols. 1997a). El grado de
actividad necesario, por ejemplo, para mantener el peso después de haberlo
perdido es considerable, en torno a los 80 minutos diarios de ejercicio moderado
o a los 35 minutos al día de práctica intensa en el caso de un estilo de vida
sedentario (Schoeller y cols. 1997). No obstante, ese número de minutos puede
alcanzarse mediante la acumulación de períodos de tiempo de menor duración
durante el día, adoptando un estilo de vida físicamente activo.
Para considerar la enfermedad cardiovascular se resumen los
resultados de numerosos estudios:
La actividad física regular y la aptitud cardiorrespiratoria
reducen el riesgo de mortalidad por enfermedad cardiovascular en general y por
cardiopatía coronaria en particular. Los datos disponibles no permiten obtener
conclusiones definitivas respecto a la relación entre la actividad física y el
accidente cerebro vascular.
El nivel de reducción del riesgo de cardiopatía coronaria
atribuible a la actividad física regular es similar al de otros factores
relacionados con el estilo de vida, como la abstención del tabaquismo.
La actividad física regular previene o retrasa el desarrollo
de la hipertensión arterial y mejora la situación de las personas que ya la
padecen.
Continúan acumulándose datos convincentes sobre el efecto
de la actividad física en la reducción del riesgo de desarrollo de cardiopatías
coronarias, de sus manifestaciones clínicas y de la mortalidad que provocan
(Wannamethee y cols. 1995, Haapanen y cols. 1996, Sisckovick y cols. 1997). Se
observa una evolución similar en cuanto a la relación entre la actividad física
y el riesgo de accidente cerebro vascular (Lindenström y cols. 1993, Shinton y
Sagar 1993, Manson y cols. 1995,
Gillium y cols. 1996, Shinton 1997).
Las ventajas potenciales
de una promoción eficaz de la actividad física en la prevención de las
enfermedades cardiovasculares son importantes, ya que estos trastornos son
comunes, la reducción de riesgo es sustancial y comparable al efecto que
producen otras medidas preventivas, y la falta de una actividad física
suficiente también es habitual. Como consecuencia, el mayor riesgo de padecer
cardiopatías coronarias atribuible a la población, en el caso de los varones
finlandeses de mediana edad, es decir el riesgo debido a la prevalencia del
factor de riesgo y su efecto, es la falta de actividad física.
Se han formulado varias recomendaciones sobre la actividad física
encaminada a la prevención de enfermedades cardiovasculares. Se ha tendido a
hacer un mayor hincapié en la cantidad total, la elevada frecuencia y la
moderada intensidad de la actividad. Comparada
con la imposición de una intensidad elevada, esta recomendación
puede ofrecer una alternativa más motivadora, viables y segura
para la mayoría de los adultos.
Otra patología considerada es la Diabetes mellitus no insulino dependiente
(DMNID).
En el informe "Physical Activity and Health" se
afirma que:
La actividad física
regular reduce el riesgo de desarrollar la diabetes mellitus no insulino
dependiente.
Los datos que sustentan esta aseveración siguen acumulándose.
Feskens en 1995, Perry en el mismo año y Haapanen en 1997 refieren que el
efecto de la actividad física en la reducción del riesgo de padecer DMNID es
superior en las personas con niveles bajos de actividad. La medida del efecto
parece oscilar entre el 20 y el 60,5 % y ser dependiente de la dosis. Las
actividades moderadas, sobre todo de fortalecimiento, aunque también de
resistencia (Smutok y cols. 1994, Eriksson y cols. 1997) son eficaces.
La necesidad de practicar una actividad física para la
prevención de la DMNID es grande, ya que esta enfermedad aumenta con rapidez, y
este tipo de ejercicio reduce su riesgo al influir directamente en el
metabolismo de la insulina y de los hidratos de carbono, en especial en los músculos,
e indirectamente mediante la atenuación del riesgo de sobrepeso.
Con respecto al cáncer se sabe que:
La actividad física
regular se asocia con una reducción del riesgo de padecer cáncer de colon.
No existe ninguna vinculación entre la actividad física y
el cáncer rectal.
Los datos son demasiado escasos para extraer conclusiones
relativas a la relación entre esta actividad y los cánceres de endometrio,
ovarios o testículos.
A pesar de los numerosos estudios efectuados sobre la
materia, los datos disponibles son poco coherentes respecto a la asociación
existente entre la actividad física y los cánceres de mama y de próstata.
El riesgo de cáncer de colon en personas físicamente
activas es entre un 20 y un 50% inferior al caso de las personas sedentarias. En
un importante estudio realizado en fecha reciente (Thune y cols. 1997) se
corroboran los datos relativos al efecto de la actividad física en la reducción
del riesgo de cáncer de mama. Los datos epidemiológicos, así como los
mecanismos propuestos (Surgeon General's Report 1996, McTiernan 1997), indican
que el efecto protector de la práctica de ejercicio es generado
fundamentalmente por las actividades de fortalecimiento, pero resultaría algo
prematuro formular recomendaciones especificas sobre actividad física para la
prevención del cáncer.
La Salud mental y calidad de vida relacionada con la salud.
La actividad física parece aliviar los síntomas de la
depresión y la ansiedad y mejorar el estado de ánimo.
La actividad física regular puede reducir el riesgo de
padecer depresión, aunque es necesario efectuar más estudios sobre esta
materia.
Los efectos de la actividad física sobre la salud mental y
el bienestar psicológico son objeto de un menor número de estudios que los
relacionados con la salud biológica. En la mayoría de los casos, la
importancia de los efectos y las asociaciones va de escasa a moderada. Al
parecer, dependen en gran medida de factores individuales y circunstanciales y
por tanto, resultan menos predecibles que los biológicos. Por tanto, las
actividades beneficiosas a escala individual actualmente constituyen en buena
parte una cuestión de experimentación personal. Al menos en las personas de
edad avanzada, la práctica de ejercicio físico puede mejorar el bienestar
psicológico, independientemente de los cambios en la aptitud
cardiorrespiratoria.
Efectos
adversos de la actividad física.
El efecto adverso más común de la actividad física no
competitiva en la población adulta consiste en el padecimiento de lesiones
agudas y por repetición y los accidentes cardiovasculares, en especial el
infarto de miocardio agudo y la muerte súbita.
La mayoría de las lesiones músculo esqueléticas
relacionadas con la actividad física se consideran susceptibles de prevención
mediante un desarrollo gradual de la práctica hasta alcanzar el nivel deseado y
evitando los excesos de actividad.
Pueden producirse accidentes cardiovasculares graves a causa
de un ejercicio excesivo, pero el efecto neto de la actividad física regular es
una disminución del riesgo de mortalidad debido a las enfermedades
cardiovasculares.
El riesgo de padecer lesiones relacionadas con un ejercicio
intenso es considerable en las disciplinas deportivas que requieren velocidad y
potencia y conllevan contacto físico, como los deportes de pelota por equipos.
En las actividades típicas para mantenerse en forma como andar, jogging, natación,
esquí nórdico y calistenia, el peligro es escaso, diez veces inferior al
registrado en los deportes de alto riesgo (Nicoll y cols. 1995). En el caso de
los practicantes de ejercicios aeróbicos, las lesiones por repetición pueden
ser frecuentes, si la cuantía total o la frecuencia de la actividad es elevada.
El riesgo de complicaciones cardiovasculares es limitado. Estas afectan casi en
exclusiva a personas con enfermedades cardiovasculares latentes o manifiestas
(Vuori 1995). El peligro aumenta al elevar la intensidad de la actividad y es
mucho mayor en personas que no están acostumbradas al ejercicio que en las ya
habituadas. En definitiva, todas las dificultades de la actividad física pueden
mantenerse a raya mediante una práctica razonable.
Generalización de los beneficios de la actividad física
para la salud.
La mayoría de la información disponible sobre los
beneficios de la actividad física para la salud se basan en varones jóvenes y
de mediana edad, blancos y de clase media. Una excepción obvia a esta regla es
la de los estudios sobre densidad ósea, que en su mayoría han tomado como
población objetivo a mujeres. Aunque existen diferencias por edad y género en
las respuestas a la actividad física, los datos acumulados indican que la mayoría
de los efectos pueden observarse en los dos sexos y en una amplia gama de
edades. Es especialmente importante que los efectos fisiológicos y de protección
(Shepharda 1997) puedan repercutir también en las personas de edad avanzada.
En conclusión, la capacidad de la actividad física para
influir positivamente en la salud es elevada debido a las razones siguientes:
La gama de las ventajas que proporciona es amplia.
La importancia de los efectos oscila entre escasa y moderada,
en ocasiones sustancial, y parte de los mismos no puede generarse por ningún
otro medio.
El número y la prevalencia de las enfermedades que afectan a
las poblaciones, están relacionadas con el sedentarismo o son susceptibles de
mejora mediante la actividad física.
La difusión de un estilo de vida sedentario en las
poblaciones es
generalizada.
La mayoría de las actividades físicas eficaces en la mejora
de la salud son viables, seguras y económicas para la mayor parte de la población.
La actividad física que, debido a sus características y al
modo de practicarla, beneficia a la salud de inmediato o a largo plazo y no
produce daños indebidos ni riesgos de enfermedad puede catalogarse como
actividad física para la mejora de la salud.
Estos beneficios pueden constituir la razón para practicar
ejercicio o "productos secundarios" de la actividad física realizada
por otra razón. Debido al gran potencial para la optimización de la salud de
la actividad física en las poblaciones, su promoción eficaz como tarea social
está justificada y es muy necesaria. La promoción de la A.F. merece y requiere
la misma prioridad e idénticos recursos que los dedicados a otras medidas de
fomento de la salud comprendidas en las actividades de la Salud Pública.(FEMEDE).